EL ENCUENTRO QUE TRANSFORMÓ LA ASTRONOMÍA
En Praga, una fría mañana del invierno de 1600, dos astrónomos finalmente se estrechaban las manos. Uno de ellos era alemán y muy joven, y venía huyendo de Austria por la presión de la Contrarreforma Católica. Cuatro años atrás había publicado su primera obra, El Misterio Cosmográfico , el primer tratado abiertamente Copernicano, que pese a sus extrañas ideas –que los espacios entre las órbitas planetarias corresponden a las proporciones entre los cinco sólidos geométricos perfectos– y a su brevedad le había valido a su autor el reconocimiento de los más grandes matemáticos de Europa y la invitación a la capital imperial. El otro, más maduro y mucho más famoso, el Matemático Imperial de la corte del emperador Rodolfo II, era un noble danés que se había dedicado a recopilar pacientes observaciones del cielo –y en particular de los movimientos planetarios– durante las tres décadas anteriores, con los más elaborados y precisos instrumentos de Europa, fabricados por él mismo y sus ayudant...