EL ENCUENTRO QUE TRANSFORMÓ LA ASTRONOMÍA
En Praga, una fría mañana del invierno de 1600, dos astrónomos finalmente se estrechaban las manos. Uno de ellos era alemán y muy joven, y venía huyendo de Austria por la presión de la Contrarreforma Católica. Cuatro años atrás había publicado su primera obra, El Misterio Cosmográfico, el primer tratado abiertamente Copernicano, que pese a sus extrañas ideas –que los espacios entre las órbitas planetarias corresponden a las proporciones entre los cinco sólidos geométricos perfectos– y a su brevedad le había valido a su autor el reconocimiento de los más grandes matemáticos de Europa y la invitación a la capital imperial. El otro, más maduro y mucho más famoso, el Matemático Imperial de la corte del emperador Rodolfo II, era un noble danés que se había dedicado a recopilar pacientes observaciones del cielo –y en particular de los movimientos planetarios– durante las tres décadas anteriores, con los más elaborados y precisos instrumentos de Europa, fabricados por él mismo y sus ayudantes en su propio taller. Entre dichas observaciones se encontraban las de la nueva estrella que apareció en Casiopea en 1572 y el gran cometa de 1577, dos golpes contundentes a la visión Aristotélica del universo que llevaron a la conclusión de que los cielos también cambiaban, en contradicción de lo que había afirmado en el siglo IV A.C. Aristóteles, el maestro de los filósofos, y se había convertido en dogma. Tras la muerte del rey Federico II, su patrón y mecenas, y el cese de su patrocinio a manos de su hijo y sucesor en el trono, Cristian IV, también se había visto obligado a huir de Dinamarca y a abandonar su majestuoso observatorio Uraniborg en la isla de Hven, que el rey le había concedido como feudo para hacer sus investigaciones astronómicas y alquímicas. Ambos astrónomos, Johannes Kepler y Tycho Brahe, eran exiliados en tierras extrañas. El destino había reunido en la capital Bohemia al mejor observador de estrellas de la época y a uno de los más brillantes y prometedores matemáticos de Europa, y tras dieciocho meses de problemática colaboración y conflictiva convivencia la astronomía nunca volvería a ser la misma.
¿Por que son tan importantes Kepler y Tycho en la historia de la astronomía? Kepler, con su descubrimiento de las tres leyes del movimiento planetario, dio los primeros pasos hacia el establecimiento de una base física y matemática del heliocentrismo, la hipótesis de Nicolás Copérnico según la cual la Tierra es un planeta más que gira en torno a un Sol central. Sin embargo, Kepler no hubiera podido descubrir la forma elíptica de la órbita de Marte y en general sus famosas leyes sin las meticulosas observaciones de Tycho. Antes de Kepler y Tycho, nadie en el Viejo Continente se había preocupado mucho por la calidad de los datos que respaldaban las teorías cosmológicas. Pero Tycho comprendió que el camino hacia la reforma de la astronomía debería emprenderse con mejores observaciones e instrumentos más precisos, incluso antes de que Galileo utilizara el telescopio con fines astronómicos por primera vez. Por otra parte, Kepler buscaba regularidades y armonías matemáticas en los movimientos de los astros, que a su vez tenían que ser avaladas por las observaciones.
Así, el encuentro de estas dos figuras no podría haber sido más afortunado y decisivo para el futuro curso de la astronomía y la cosmología, y desde entonces la ciencia de los astros está compuesta de una fuerte base teórica, (matemática) y otra empírica (observacional). Desde entonces, también, la astrología dejó de ser considerada una ciencia y por esto Kepler y Tycho –aunque ambos también desempeñaron funciones de astrólogos para sus patronos– fueron los astrónomos que a través de sus rigurosas investigaciones deslegitimaron a la astrología como parte de la ciencia.
El resultado final de dicha cooperación desembocaría en la publicación, a manos de Kepler y tras la muerte de Tycho, de las Tablas Rodolfinas en 1627, efemérides –tablas que permiten a los astrónomos predecir posiciones solares, lunares y planetarias– con una precisión sin precedentes, obra que demostró la superioridad predictiva de la astronomía Kepleriana con respecto a la Ptolemaica e incluso a la Copernicana. El determinante encuentro entre el Señor de Uraniborg y el Músico de los Cielos marcó nada menos que el nacimiento de una nueva astronomía.
Juan Diego Serrano
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