HIJOS DE LAS ESTRELLAS
"We are made of star stuff"Carl Sagan
Imagen tomada de: https://apod.nasa.gov/apod/ap090613.html |
Sin
embargo, hoy consideramos que la astronomía, el estudio del universo a través
de observaciones con instrumentos y de análisis matemático, es una auténtica
ciencia, mientras la astrología, que presupone una influencia de los cuerpos
celestes y sus movimientos y posiciones cambiantes en asuntos humanos, es una
pseudociencia, o una disciplina que se presenta como científica pero no lo es.
¿Por
qué ocurrió está separación? Hasta el siglo XVIII, la astronomía estuvo
confinada primordialmente al estudio del sistema solar. Sólo con los trabajos
de la familia Herschel –William, John y Caroline– (una familia de astrónomos
ingleses) se comenzó el estudio serio del universo estelar. La astronomía,
armada ya de los primeros grandes telescopios, reveló un universo mucho más
vasto y misterioso, no sólo poblado de innumerables estrellas, sino también de
“nebulosas espirales”, el nombre con el que inicialmente se conocieron las
galaxias o “universos-isla”, enormes sistemas estelares separados del nuestro
–la Vía Láctea– pero muy lejanos. Y desde entonces, el dominio de la astrología
quedó relegado al sistema solar: con excepción del presunto efecto de las
constelaciones zodiacales, la astrología no nos dice nada acerca del amplísimo
universo más allá de nuestra diminuta familia planetaria.
Las
constelaciones, esas figuras imaginarias que vemos en el cielo uniendo estrellas,
en rigor sólo existen en el papel bidimensional de nuestros mapas celestes y en
nuestra imaginación: cuando nos enteramos de que las estrellas que forman estas
figuras están todas a diferentes distancias,
la noción misma de “constelación” pierde su sentido. Si las pudiéramos
ver tridimensionalmente, dichas figuras se desvanecerían. O si pudiéramos
observar el cielo nocturno desde un planeta en torno a una distante estrella,
el panorama cambiaría totalmente y veríamos constelaciones totalmente diferentes
en ese hipotético cielo. Con todo, los astrónomos aún conservan hoy las
constelaciones oficiales, que son 88 en total según la Unión Astronómica
Internacional, como referencia y convención. Es útil decir que, por ejemplo, un
cometa o una supernova apareció en tal o cual constelación. O que cuando
nacimos el Sol estaba en la dirección de tal o cual constelación zodiacal, pues
esto y nada más es lo que significa astronómicamente ser de un determinado
signo. No obstante, incluso en esto la astrología se quedó atrás con respecto a
la astronomía: visto desde la Tierra, el Sol parece moverse a lo largo del año
a través de un cinturón de 12 constelaciones, llamado el zodíaco. Pero a veces,
en su recorrido, el Sol atraviesa porciones de otras constelaciones, como por
ejemplo el Ofiuco o Serpentario, que debería pertenecer al zodíaco en calidad
de otro signo más, y por tanto debería ser incluido en los horóscopos. Si
introdujéramos ese signo adicional y además tuviéramos en cuenta un tercer
movimiento de la Tierra llamado precesión que hace que las posiciones de los
solsticios y equinoccios no permanezcan fijas sino que se desplacen con el paso
del tiempo –es decir, la posición del Sol en ciertas fechas importantes del año
con respecto a las estrellas del fondo– nuestros signos zodiacales cambiarían. Astronómicamente
seríamos un signo anterior –o un signo al oeste– de nuestro supuesto signo en
los horóscopos. Así que, en primer lugar, la astrología está desactualizada con
respecto a nuestros conocimientos astronómicos, y no sólo por excluir el Ofiuco
del zodíaco y por no tener en cuenta el efecto de la precesión, sino también
porque no nos dice nada acerca de la presunta influencia en nosotros de
fenómenos como las supernovas o las explosiones de rayos gamma, que aunque
ocurran a miles o millones de años-luz de distancia, son los eventos más
energéticos del universo conocido. O de la influencia de cuerpos celestes como
las estrellas, los agujeros negros, las nebulosas y las galaxias.
La
cosmovisión de la astrología, cuando se la compara con la de la astronomía, es claramente
anticuada y provincial, en esta época de grandes observatorios terrestres y
espaciales que operan en varias frecuencias del espectro electromagnético, pues
recordemos que, además, nuestros ojos captan sólo un pequeño rango de la
totalidad de la radiación, y por tanto de la información, que recibimos del
universo: ni rayos gamma, ni rayos X, ni ultravioleta, ni infrarrojo, ni
microondas, ni radio.
La astrología,
al postular una influencia de los astros en las personas, ha obviado una
conexión humana con el cosmos mucho más profunda y compleja, a nivel físico y
químico: somos hijos de las estrellas, y no metafóricamente sino literalmente. Todos
los elementos químicos que componen nuestros cuerpos, y toda la materia que nos
rodea, fueron creados hace mucho tiempo en el interior de estrellas, que al
explotar los esparcieron por el espacio. A partir de estos restos se
condensaron nebulosas y luego estrellas –entre ellas nuestro Sol– más ricas en
elementos pesados, básicos para química orgánica y por tanto para la aparición
de formas de vida complejas como quien escribe y lee esto. Somos polvo de
estrellas reciclado. Y aunque esas estrellas anónimas a las que debemos nuestra
existencia ya no existan, cada vez que miremos al cielo en una noche estrellada
no debemos olvidar que cada uno de esos puntos de luz es por derecho propio un
Sol –igual, mayor o menor que el nuestro– y un crisol donde se forman elementos
dadores de vida y consciencia.
Juan Diego Serrano.
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