HIJOS DE LAS ESTRELLAS


"We are made of star stuff"
                                    Carl Sagan


 Descifrar los intrigantes misterios de los cielos y los astros, y en particular su conexión con los eventos humanos, siempre ha sido uno de los mayores retos intelectuales de la humanidad. Por esta razón, en sus albores, la astronomía y la astrología iban de la mano. Ambas estuvieron vinculadas, en sus orígenes comunes, a las creencias y ritos religiosos en las diferentes culturas, así como al recuento del tiempo y a la necesidad de pronosticar eventos –desde fenómenos naturales como las estaciones y necesidades prácticas como las épocas adecuadas para la siembra y la cosecha hasta la predicción de catástrofes y caídas de reinos. Hernando Colón y Hernán Cortés se valieron de fenómenos astronómicos para atemorizar a los indios: un eclipse lunar en el primer caso y la aparición de un cometa en el segundo. Incluso hasta el siglo XVII, eminentes astrónomos como Johannes Kepler, Tycho Brahe y Galileo Galilei también confeccionaban horóscopos para sus patronos, a la par que se ocupaban de la recopilación de cuidadosas observaciones y de la elaboración de calendarios y efemérides (tablas para predecir las posiciones solares, lunares y planetarias).


Imagen tomada de: https://apod.nasa.gov/apod/ap090613.html


Sin embargo, hoy consideramos que la astronomía, el estudio del universo a través de observaciones con instrumentos y de análisis matemático, es una auténtica ciencia, mientras la astrología, que presupone una influencia de los cuerpos celestes y sus movimientos y posiciones cambiantes en asuntos humanos, es una pseudociencia, o una disciplina que se presenta como científica pero no lo es.
¿Por qué ocurrió está separación? Hasta el siglo XVIII, la astronomía estuvo confinada primordialmente al estudio del sistema solar. Sólo con los trabajos de la familia Herschel –William, John y Caroline– (una familia de astrónomos ingleses) se comenzó el estudio serio del universo estelar. La astronomía, armada ya de los primeros grandes telescopios, reveló un universo mucho más vasto y misterioso, no sólo poblado de innumerables estrellas, sino también de “nebulosas espirales”, el nombre con el que inicialmente se conocieron las galaxias o “universos-isla”, enormes sistemas estelares separados del nuestro –la Vía Láctea– pero muy lejanos. Y desde entonces, el dominio de la astrología quedó relegado al sistema solar: con excepción del presunto efecto de las constelaciones zodiacales, la astrología no nos dice nada acerca del amplísimo universo más allá de nuestra diminuta familia planetaria.
Las constelaciones, esas figuras imaginarias que vemos en el cielo uniendo estrellas, en rigor sólo existen en el papel bidimensional de nuestros mapas celestes y en nuestra imaginación: cuando nos enteramos de que las estrellas que forman estas figuras están todas a diferentes distancias,  la noción misma de “constelación” pierde su sentido. Si las pudiéramos ver tridimensionalmente, dichas figuras se desvanecerían. O si pudiéramos observar el cielo nocturno desde un planeta en torno a una distante estrella, el panorama cambiaría totalmente y veríamos constelaciones totalmente diferentes en ese hipotético cielo. Con todo, los astrónomos aún conservan hoy las constelaciones oficiales, que son 88 en total según la Unión Astronómica Internacional, como referencia y convención. Es útil decir que, por ejemplo, un cometa o una supernova apareció en tal o cual constelación. O que cuando nacimos el Sol estaba en la dirección de tal o cual constelación zodiacal, pues esto y nada más es lo que significa astronómicamente ser de un determinado signo. No obstante, incluso en esto la astrología se quedó atrás con respecto a la astronomía: visto desde la Tierra, el Sol parece moverse a lo largo del año a través de un cinturón de 12 constelaciones, llamado el zodíaco. Pero a veces, en su recorrido, el Sol atraviesa porciones de otras constelaciones, como por ejemplo el Ofiuco o Serpentario, que debería pertenecer al zodíaco en calidad de otro signo más, y por tanto debería ser incluido en los horóscopos. Si introdujéramos ese signo adicional y además tuviéramos en cuenta un tercer movimiento de la Tierra llamado precesión que hace que las posiciones de los solsticios y equinoccios no permanezcan fijas sino que se desplacen con el paso del tiempo –es decir, la posición del Sol en ciertas fechas importantes del año con respecto a las estrellas del fondo– nuestros signos zodiacales cambiarían. Astronómicamente seríamos un signo anterior –o un signo al oeste– de nuestro supuesto signo en los horóscopos. Así que, en primer lugar, la astrología está desactualizada con respecto a nuestros conocimientos astronómicos, y no sólo por excluir el Ofiuco del zodíaco y por no tener en cuenta el efecto de la precesión, sino también porque no nos dice nada acerca de la presunta influencia en nosotros de fenómenos como las supernovas o las explosiones de rayos gamma, que aunque ocurran a miles o millones de años-luz de distancia, son los eventos más energéticos del universo conocido. O de la influencia de cuerpos celestes como las estrellas, los agujeros negros, las nebulosas y las galaxias.
La cosmovisión de la astrología, cuando se la compara con la de la astronomía, es claramente anticuada y provincial, en esta época de grandes observatorios terrestres y espaciales que operan en varias frecuencias del espectro electromagnético, pues recordemos que, además, nuestros ojos captan sólo un pequeño rango de la totalidad de la radiación, y por tanto de la información, que recibimos del universo: ni rayos gamma, ni rayos X, ni ultravioleta, ni infrarrojo, ni microondas, ni radio.
La astrología, al postular una influencia de los astros en las personas, ha obviado una conexión humana con el cosmos mucho más profunda y compleja, a nivel físico y químico: somos hijos de las estrellas, y no metafóricamente sino literalmente. Todos los elementos químicos que componen nuestros cuerpos, y toda la materia que nos rodea, fueron creados hace mucho tiempo en el interior de estrellas, que al explotar los esparcieron por el espacio. A partir de estos restos se condensaron nebulosas y luego estrellas –entre ellas nuestro Sol– más ricas en elementos pesados, básicos para química orgánica y por tanto para la aparición de formas de vida complejas como quien escribe y lee esto. Somos polvo de estrellas reciclado. Y aunque esas estrellas anónimas a las que debemos nuestra existencia ya no existan, cada vez que miremos al cielo en una noche estrellada no debemos olvidar que cada uno de esos puntos de luz es por derecho propio un Sol –igual, mayor o menor que el nuestro– y un crisol donde se forman elementos dadores de vida y consciencia.


Juan Diego Serrano.

Comments

Popular posts from this blog

ROBERT OPPENHEIMER: CREADOR Y DESTRUCTOR DE MUNDOS

¿DÓNDE ESTÁN TODOS?