RICHARD FEYNMAN: EL ENCANTO DE UN CURIOSO PERSONAJE

 En su libro El Arco Iris de Feynman, el físico Leonard Mlodinow afirma que todo el que hubiera conocido a Richard Feynman (1918-1988) y sintiera la inclinación a escribir, se hubiera sentido obligado a escribir algo sobre él. Nunca conocí personalmente a Feynman, pero siento lo mismo que Mlodinow. Feynman fue más que un gran físico: fue un pensador excepcional, un profesor inspirador y, en suma, un curioso y extraordinario personaje, si bien no tan célebre como otros gigantes de la ciencia del siglo XX, acaso porque aquello que constituyó su mayor aporte a la ciencia, su teoría QED o “electrodinámica cuántica” –una teoría que explica la interacción de la luz con la materia, los fotones con los electrones– es demasiado esotérica para los mortales promedio. Como él mismo replicó una vez a un taxista de Nueva York, quien le pidió explicarle en pocas palabras por qué había ganado el Premio Nobel: “Oye amigo, si pudiera hacerlo no hubiera valido el Nobel”.  



                                                Crédito: Caltech Archives (California Institute of Technology, Pasadena, CA)


La vida de Feynman fue una completa, variada y frenética aventura: podemos seguir su excitante trayectoria intelectual desde su natal Brooklyn, donde siendo sólo un chico reparaba radios y tuvo su primer laboratorio,  pasando por el Proyecto Manhattan, al cual fue reclutado para contribuir en la División Teórica en el desarrollo de la primera bomba atómica, y por las aulas de prestigiosas universidades como MIT, Princeton, Cornell y Caltech, tanto en calidad de estudiante como de profesor. También lo encontramos tocando el tambor –uno de sus pasatiempos favoritos– y la frigideira en una banda de samba en Rio de Janeiro, durante un sabático en Brasil, abriendo las cajas fuertes que guardaban los secretos de la bomba en Los Alamos para exponer las deficiencias en seguridad, aprendiendo a pintar retratos de mujeres desnudas, tratando de descifrar jeroglíficos astronómicos mayas, o trabajando en su física en un bar topless. Y a nivel científico su recorrido no es menos diverso: encontramos a Feynman, apenas un estudiante de pregrado en MIT, aprendiendo la nueva física, la mecánica cuántica, por cuenta propia; o como un joven estudiante de postgrado en Princeton, dictando su primer seminario frente a nadie menos que Einstein; codéandose con científicos de la talla de Bohr, Oppenheimer, Teller y Von Neumann en Los Álamos; ideando una nueva técnica pictórica –los hoy ubicuos Diagramas de Feynman– para abordar y calcular problemas físicos sin requerir excesivas matemáticas; resolviendo los problemas de la superfluidez y la superconductividad; fundando el nuevo campo de la nanotecnología –la miniaturización de la tecnología–; incursionando brevemente en la biología y exponiendo de manera simple y contundente ante una rueda de prensa la causa del desastre del transbordador espacial Challenger.  

Pero quizá aún más fascinante que dicha trayectoria fue su rica y compleja personalidad. Su ilimitada curiosidad, su implacable escepticismo, su desprecio por la autoridad, su desdén hacia los honores, las ceremonias y las poses intelectuales, su impaciencia e indignación ante la ignorancia, la mediocridad, la superstición, el pensamiento descuidado y la comprensión superficial o la pretensión de la misma, su talento y carisma como profesor, su sentido del humor y su honestidad e integridad a toda prueba hacen de Feynman un carácter único en el pabellón de los grandes héroes de la ciencia. “Mitad genio, mitad bufón”, lo describió su colega de Cornell Freeman Dyson. Pues lo cierto es que, pese a ser un científico de tal calibre, Feynman nunca dejó su faceta de bromista. Y siempre conservó, a pesar de los grandes distinciones que recibió –pero que nada significaban para él, pues su único y verdadero premio era el placer de descubrir– su bajo perfil, su informalidad y sencillez al expresarse, su modestia intelectual y su humildad y admiración ante el gran misterio del universo. Todo lo cual supo recoger tan bien, característicamente, en unas pocas palabras: “Nací sin saber, y apenas he tenido un poco de tiempo para cambiar eso aquí y allí”.  

En gran parte, según el propio Feynman, su actitud ante la vida, el pensamiento y la ciencia se debían a la importante influencia de su padre, un modesto vendedor de uniformes de Brooklyn que, sin embargo, se propuso que si tenía un hijo varón, sería un científico –y en realidad fueron dos, pues la única hermana de Feynman, Joan, acaso influenciada y opacada a la vez por su hermano, también fue física–. Fue su padre quien, sin ser un científico, le enseñó a pensar como uno, entrenándolo para reconocer patrones en un simple juego de baldosas, o llevándolo de paseo a las montañas para observar la naturaleza, y planteándole más preguntas que respuestas. De ahí el desprecio de Feynman por la mera memorización de información, pues para él siempre fue más importante el cómo saber algo que el saberlo, y esa, según él, fue la enseñanza más valiosa infundida por su padre. 

Una de las facetas más interesantes de Feynman fue su vocación como profesor. Se enorgullecía de serlo hasta el punto de haber afirmado que no aceptaría nunca una posición académica que implicara no tener que dictar clases, y lo cumplió hasta el fin de sus días. A principios de los 60s, en el Caltech, fue el encargado de rediseñar y dictar el curso introductorio de física para los estudiantes de primer y segundo año, lo cual fue una de sus más provechosas experiencias intelectuales, tanto para él como para los estudiantes. Feynman, siendo como era, reinventó el currículo y le dio su toque personal. No quería iniciar su curso con las aburridas leyes de la dinámica Newtoniana, sino con la nueva física, la más excitante, así que empezó por la hipótesis atómica, base de la mecánica cuántica. Sus lecciones eran casi teatrales, puesto que Feynman siempre tuvo mucho de showman, pero el nivel fue tan alto que muchos estudiantes desertaron y sus colegas físicos comenzaron a asisitir en lugar de ellos. El producto final, transcrito, editado y publicado después, son las hoy famosas y casi legendarias Feynman Lectures on Physics (Lecciones de Física de Feynman), los tres grandes libros rojos que siguen siendo utilizados por estudiantes de física de todo el mundo y han sido traducidos a muchos idiomas. Pero aparte de sus lecciones formales, Feynman también disfrutaba ofreciendo cursos informales, como su seminario Physics X (Física X), en el cual los asistentes planteaban preguntas y problemas físicos y Feynman improvisaba, o lecciones especiales ocasionales como su charla sobre el movimiento planetario, en la cual Feynman, utilizando sólo geometría euclídea de bachillerato y nada de cálculo, re-derivó la ley de las elipses de Kepler, base de la demostración Newtoniana de que la ley de la inversa del cuadrado implica órbitas planetarias elípticas. Esto último apunta a otra característica de Feynman: su satisfacción en re-derivar o re-descubrir los resultados de otros científicos por sí mismo, o en abordar problemas, incluso ya resueltos, desde una perspectiva diferente, la suya propia. Y, además, en reducir su comprensión a un lenguaje simplemente expresable y visualizable. 

Todo eso fue y es Richard Feynman, pues su legado y ejemplo persiste y sigue influyendo e inspirando a generaciones de jóvenes científicos. Quizá no haya mejor descripición y homenaje que aquel escrito por su colega físico y co-ganador del Premio Nobel Julian Schwinger en su obituario de Feynman: “Un hombre honesto, el destacado intuicionista de nuestra época, y un buen ejemplo de lo que puede aguardar a alguien que se atreva a seguir el redoble de un tambor diferente”.


Juan Diego Serrano

Comments

  1. Con más Clases teatrales como las de Feynman o recientemente como Walter Lewin muchas más personas estarían metidos en los temas de CYT. Mucho pesar que las clases de matemáticas en Colombia sean vistas como las más aburridas.

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  2. Juan Diego: Excelente y condensado ensayo sobre quien fue, y su legado, el Professor Richard Patrick Feynman ... Hermann

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