TRES DÉCADAS TRAS COPÉRNICO
En 1539, Georg Rheticus viajó desde la Universidad de Wittenberg en Alemania, donde era profesor de matemáticas y astronomía, hasta Frombork, el recóndito rincón de Polonia donde vivía el solitario canónigo y astrónomo Nicolás Copérnico, quien por entonces, según había sabido Rheticus, trabajaba en un nuevo sistema cosmológico que desplazaba a la Tierra del centro del universo, poniendo al Sol en su lugar, y además la ponía en movimiento en torno a él, al igual que los otros planetas conocidos. No se sabe mucho de lo que ocurrió en esta visita, pero Rheticus fue el único discípulo directo de Copérnico y quien instó a su maestro a publicar sus ideas en su magna obra, el De Revolutionibus Orbium Cœlestium, y además se encargó de la edición de la misma, cuya publicación en 1543 marcó el inicio de la revolución que conduciría a la ciencia moderna.
A inicios de 2019, 480 años después de la visita de Rheticus a Copérnico, hice una visita similar, de discípulo a maestro. Tras un intento infructuoso una década antes, cuando asistí a un curso en Boston pero él no se encontraba en la ciudad, viajé de Toronto a Boston con el único propósito de visitar a uno de los académicos que más admiro, el astrofísico e historiador de la astronomía Owen Gingerich, profesor emérito de la prestigiosa Universidad de Harvard y un experto de talla mundial en Copérnico y en Kepler. Y aunque desafortunadamente nunca fui discípulo directo de Gingerich, lo fui a través de la lectura de sus fascinantes libros y artículos sobre historia de la astronomía y la cosmología, algunos de los cuales cordialmente me había enviado años antes, cuando lo contacté inicialmente solicitando bibliografía, pues aún estando en el colegio había leído en un libro de texto de astronomía un corto artículo suyo sobre astronomía y astrología acompañado de una reseña biográfica. En ese momento, por supuesto, ni sospechaba que algún día conocería en persona a ese lejano erudito.
Sin siquiera haber terminado el bachillerato –grado honorario que le confirieron hace unos años apenas– Gingerich cursó sus estudios de pregrado en química y se doctoró en astrofísica en Harvard, bajo la supervisión de la primera profesora de astronomía que tuvo dicha universidad, Cecilia Payne-Gaposchkin. Fue allí mismo, en el Harvard College Observatory, donde trabajó un verano como asistente del director de dicho observatorio, el gran astrónomo norteamericano Harlow Shapley, el hombre que luego en el observatorio de Monte Wilson midió nuestra galaxia por primera vez y descubrió que no estamos ni cerca de su centro. Inicialmente Gingerich se desempeñó como astrofísico, concretamente computando modelos de atmósferas estelares, labor que involucraba complejos cálculos matemáticos. Pero, según me contó, fue a través de la lectura del fascinante libro Los Sonámbulos de Arthur Koestler, un libro ya clásico que cuenta la historia de la cambiante cosmovisión de la humanidad desde los griegos hasta Newton y que hace mucho énfasis en Kepler, el héroe de Koestler, que Gingerich se interesó por la historia de la ciencia, campo al que terminó dedicándose y en el que se destacaría al convertirse en una autoridad mundial en Copérnico y en Kepler, aparte de sus amplios intereses y contribuciones a la historia de la astronomía en general, desde los babilonios y los egipcios hasta Einstein.
Sin embargo, la investigación más audaz que hizo Gingerich fue su famoso censo mundial de las copias existentes del De Revolutionibus, recorriendo bibliotecas por todo el mundo y examinando las anotaciones marginales que hacían los filósofos naturales de la época al leer la obra de Copérnico, con el objetivo de dilucidar cómo interpretaron la astronomía y la cosmología heliocéntrica. Este censo, que abarcó tres décadas, muchos países y unas seiscientas copias de la obra copernicana, fue toda una aventura y una labor detectivesca propia de un distinguido historiador de la ciencia, pero surgió de un hecho muy sencillo, o mejor de un doble hecho y una asociación entre ambos. Por los años 70s, cuando Gingerich visitaba la biblioteca del Observatorio Real de Escocia en Edimburgo, dio con una primera edición del De Revolutionibus de Copérnico, que estaba profusamente anotada y había pertenecido a Erasmus Reinhold, otro profesor de la misma Universidad de Wittenberg donde trabajó Rheticus. Por otra parte, Gingerich había leído en Los Sonámbulos la aseveración de Koestler de que el De Revolutionibus había sido un fracaso como libro y nadie lo había leído en su época. El haber leído esto, aunado al hecho de que la primera copia del libro con que se topaba estaba llena de anotaciones marginales, intrigó a Gingerich. Si supuestamente nadie lo había leído y la primera copia que se encontraba había sido anotada, quizá otros también los habrían leído y anotado, y así Gingerich se lanzó a su censo copernicano mundial, que culminó con la publicación de una monografía y un libro describiendo sus peripecias en pos del libro fundador de la ciencia moderna, y además con la refutación concluyente de Koestler, puesto que de hecho su investigación mostró que el libro de Copérnico fue muy leído y anotado incluso en su época.
Juan Diego Serrano
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