En su lúcida y evocadora biografía del astrónomo mexicano Guillermo Haro Barraza (1913-1988), significativamente titulada El Universo o Nada, la escritora Elena Poniatowska hace un sentido homenaje a su difunto esposo, tenaz impulsor de la astronomía y la educación en México. Ya unos años atrás había escrito una versión novelada de la vida de Haro, La Piel del Cielo, en la que había conferido a Haro el pseudónimo de Lorenzo de Tena, pero acaso después sintió la necesidad de narrar la historia real, con nombres, eventos y fechas reales. Y no sin razón: es una historia importante para los países hispanoamericanos, rezagados en ciencia, tecnología y educación en general con respecto a los países del primer mundo. Guillermo Haro estaba convencido de que una educación pública de calidad sería la única manera de salir del subdesarrollo y por eso constituyó su dedicada lucha. Además, comprendió que para hacer mejor ciencia se requiere mejor tecnología, en concreto mayores telescopios y mejores observatorios. Interiorizó bien la lección de su mentor Harlow Shapley, director del Observatorio de Harvard y el primer hombre que midió la galaxia: “los observatorios astronómicos son siempre un índice de la cultura y del adelanto de un país; a mayor adelanto, más observatorios”.
Doodle de Google para conmemorar el aniversario 105 del nacimiento de Guillermo Haro en 2018
Haro quería nada menos que hacer de México un país competitivo en ciencia y particularmente en astronomía, y por eso fundó, superando no pocas dificultades políticas y económicas, el Centro de Estudios Astronómicos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE) y estuvo además al frente del Observatorio de Tonantzintla en Puebla, además de participar activamente en la construcción, con la colaboración de sus colegas norteamericanos, de otros dos observatorios astronómicos, el de San Pedro Mártir en Baja California y el de Cananea en Sonora, que hoy lleva su nombre. Él mismo escogió dichos agrestes lugares, tras inspeccionarlos personalmente y establecer sus condiciones meteorológicas óptimas para la investigación astronómica. Por esta razón Haro, quien inicialmente había estudiado derecho y filosofía y letras antes de caer bajo el hechizo de la astronomía –hechizo que sin embargo se remontaba a su infancia, cuando su madre lo llevó a ver las estrellas por vez primera– se involucró personalmente en el entrenamiento de los futuros astrónomos mexicanos, sirviendo de facilitador para conseguirles becas y enviarlos a prepararse debidamente bajo la tutela de astrónomos profesionales en las universidades de Norteamérica y Europa para así poder regresar a contribuir a su país. Había que formarse en el experior pero revertir los conocimientos a su querido México, que debía empezar a producir su propia ciencia y tecnología óptica y electrónica en lugar de depender de la de los “pinches gringos”, con los que sin embargo siempre tuvo muy buenas relaciones. Haro mismo no pudo titularse en una de dichas universidades –aunque más tarde recibiría un doctorado honorario de la Universidad Case Western Reserve de Ohio– y quizá por eso siempre luchó para que otros pudieran hacerlo, aunque tras una productiva estadía de un año en la Universidad de Harvard adquirió una red de contactos importantes para sus propósitos a largo plazo. Se codeaba con astrónomos de la talla de Harlow Shapley, Walter Baade, Bart Bok, Rudolph Minkowski y Viktor Ambartsumian e hizo diversas contribuciones en su campo, que era el de la astronomía estelar observacional. Cabe destacar sus investigaciones sobre las estrellas variables, en particular las “estrellas ráfaga” (flare stars) y las jóvenes estrellas tipo T Tauri, su descubrimiento de varias nebulosas planetarias, quasares, galaxias elípticas y ante todo su descubrimiento –independientemente del astrónomo norteamericano George Herbig– de los ahora conocidos como objetos Herbig-Haro, estrellas en etapas primarias de su evolución que eyectan potentes chorros simétricos de gas y radiación e interactúan con la nebulosidad circundante a partir de la cual se originaron.
Objeto Herbig-Haro (HH111) en la constelación de Orión (Hubble Space Telescope)
Dije que Haro se involucraba personalmente en la formación de los estudiantes –los futuros astrónomos mexicanos– porque literalmente apadrinaba a sus estudiantes, seguía de cerca sus procesos educativos e investigativos no solo como un mentor sino como un verdadero padre y si no había un progreso evidente, también podía ser muy demandante e implacable con ellos, quienes invariablemente sentían un profundo respeto por él e incluso temor a decepcionarlo. Y precisamente por sus altos estándares era un hombre fácil de decepcionar pero difícil de complacer: dada su naturaleza fuerte y obstinada, su devoción a la ciencia, su férrea disciplina y persistencia, y su inagotable energía y optimismo frente a las dificultades de hacer ciencia con escasos recursos, no esperaba menos de sus estudiantes. Podía ser incluso despiadado con ellos: tras el fracaso de un estudiante mexicano que no pudo obtener su título en Harvard tras los esfuerzos que se habían hecho para enviarlo allí, advirtió en correspondencia privada al estudiante que lo sucedió que era preferible el suicidio a un nuevo fracaso. Y estos mismos estándares de exigencia y disciplina aplicaba, según Poniatowska, a sus propios hijos. Haro quería educación, o nada.
Pero no olvidemos lo esencial: en el transfondo de ese tesón que lo caracterizó estaba su inefable pasión por la astronomía. Cae la noche en Tonantzintla, y Guillermo contempla las sombras del domo que alberga el telescopio reflector de un metro y de sus amados volcanes Popocatépetl e Itzaccíhuatl. Algunos astros y patrones celestes familiares empiezan a aparecer en la penumbra. La temperatura baja y el corazón palpita. Allí está, él solo ante el universo. Pocos han descrito mejor que Poniatowska ese sentimiento que muchos astrónomos de corazón –que al igual que él tenemos el mapa del cielo implantado en nuestras mentes– hemos experimentado ante el cielo nocturno: “Todas las noches de su vida, incluso ya mayor y enfermo, vi a Guillermo Haro levantar la vista para mirar el cielo. Su techo fueron las constelaciones, sobre su cabeza giraron las estrellas que conocía desde que Leonor, su madre, se las enseñó y su nombre significó todo para él porque les entregó su vida. Su forma, su brillo, su posición no solo se hallaba en las placas sino en su mente: tenía la carta del cielo grabada en sus neuronas. Así como memorizó cada recta, cada curva, cada subida de la carretera de México a Puebla y luego a Tonantzintla, conoció los astros que vigiló durante más de cincuenta años”. Haro quería el universo, o nada. Por eso, en una época en la que ya pocos miran al cielo, este ilustre "estrellero" mexicano debe servir de ejemplo e inspiración para todos los astrónomos hispanoamericanos, profesionales y aficionados por igual.
Juan Diego Serrano
Gracias, sensible, inspirador casi poético.
ReplyDeleteGracias Luz por leerlo y comentarlo
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